EL CUENTO
Y llegó el último amanecer. Los rayos del sol iluminaron los restos de la civilización destruida, entre los que se arrastraba, agonizante, el último ser humano vivo.
-Y así acaba el cuento –dijo la madre mientras cerraba el libro y arropaba con esmero a su retoño – Ahora es momento de que duermas y descanses hasta mañana.
-Es un cuento muy triste, mamá – murmuró el pequeño con voz cansada y sin poder reprimir el sueño.
-Es triste, pero tiene su moraleja. Ahora olvídate de él, duerme y soñarás con cosas maravillosas - La madre besó a su hijo y apagó la luz al salir del cuarto.
-¿Ya se ha quedado dormido? – le preguntó su esposo, que la esperaba en la habitación contigua.
-Sí, querido - Ella se sentó al lado de su pareja y, a través de un amplio y acristalado ventanal, ambos estuvieron un rato en silencio mientras contemplaban las estrellas, infinitas y hermosas, en una noche limpia y clara.
-Está por allí, aproximadamente, ¿no? – dijo a su esposo al cabo de un tiempo mientras señalaba un determinado lugar en el cosmos.
-Sí, querida – asintió él – Esa pequeña luminosidad debe ser el planeta donde toda esa civilización se autodestruyó por completo.
-Algún día nuestro hijo descubrirá que no es un cuento, pero ha de ir conociendo… – la mujer se sintió abatida.
Se produjo un triste y cómplice silencio y después, mientras las estrellas titilaban en un cielo profundo y eterno la pareja de marcianos, imbuida por una extraña sensación de pérdida, se fundió en un amoroso abrazo de tentáculos color turquesa, y se besó con cálidas y bífidas lenguas.
-Y así acaba el cuento –dijo la madre mientras cerraba el libro y arropaba con esmero a su retoño – Ahora es momento de que duermas y descanses hasta mañana.
-Es un cuento muy triste, mamá – murmuró el pequeño con voz cansada y sin poder reprimir el sueño.
-Es triste, pero tiene su moraleja. Ahora olvídate de él, duerme y soñarás con cosas maravillosas - La madre besó a su hijo y apagó la luz al salir del cuarto.
-¿Ya se ha quedado dormido? – le preguntó su esposo, que la esperaba en la habitación contigua.
-Sí, querido - Ella se sentó al lado de su pareja y, a través de un amplio y acristalado ventanal, ambos estuvieron un rato en silencio mientras contemplaban las estrellas, infinitas y hermosas, en una noche limpia y clara.
-Está por allí, aproximadamente, ¿no? – dijo a su esposo al cabo de un tiempo mientras señalaba un determinado lugar en el cosmos.
-Sí, querida – asintió él – Esa pequeña luminosidad debe ser el planeta donde toda esa civilización se autodestruyó por completo.
-Algún día nuestro hijo descubrirá que no es un cuento, pero ha de ir conociendo… – la mujer se sintió abatida.
Se produjo un triste y cómplice silencio y después, mientras las estrellas titilaban en un cielo profundo y eterno la pareja de marcianos, imbuida por una extraña sensación de pérdida, se fundió en un amoroso abrazo de tentáculos color turquesa, y se besó con cálidas y bífidas lenguas.
Francisco J. Segovia©Todos los derechos