LA TAPIA EN EL OLVIDO
Las campanas tocan a difuntos,
amanece en rugir de camiones,
la brisa trae olores a pólvora
y se agita con inquietud el aire.
Los grises lomos de las bestias
ascienden la cuesta al infierno,
con sus pies de goma circulares,
por sus bocas escupiendo humo.
En sus vientres hay ojos ciegos,
corazones en duermevela,
manos que se arrastran temblorosas
entre sogas de cáñamo e hierro.
El sol mancha de sombras la tapia,
cipreses de metal horizontales,
el rocío es sangre derramada,
mujer desposada la muerte.
Tocan las campanas a difunto,
ecos de metralla recorren los montes,
los pájaros trinan en susurros
por miedo a ser asesinados.
El muro ocre grita de dolor,
frutos de metal la carne atraviesan,
alguien araña, con dedos de sangre,
la tierra estéril de la mañana.
Después, en el sepulcral silencio,
los brazos de acero abren la tierra,
anónima tumba de sueños rotos,
sobre la que crecerá triste matorral.
****
Un día, la Memoria, ética consejera,
despierta tras un largo exilio,
con sus manos ávidas de verdad
que rescatan de la tierra sus entrañas.
Tañen las campanas en la distancia,
bajo el sol eterno del verano,
la escombrera es ahora camposanto
y los muertos recuperan su historia.
La Tapia, la vieja y sufrida tapia,
encoge su cuerpo de ladrillo y adobe,
y llora en silencio, de alegría,
que en lugar de una bala recibe,
como dote de libertad y justicia,
flores rojas que son los corazones
de quienes arañaron la tierra,
en amaneceres de rocío sangriento
y mudo trino de las aves.
©Francisco J. Segovia
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