El cielo es tan azul, mamá. Pero no es todo del mismo azul; hay diferentes tonalidades que las escasas nubes bañan con una pátina blanquecina. Aunque sigue siendo tan azul, mamá.
Me encuentro a gusto, y nada me importa ahora. Todos mis sentidos se han marchado, como si alguien les esperase en algún otro lugar. Solo quedan mis ojos, que no pierden ni un detalle de ese firmamento que tengo encima. Tan lejano y al que he querido llegar con ardor infantil.
Siento bajo mi cuerpo la capa azul turquesa que cogí del viejo ropero de la abuela. Una capa grande, hermosa, con dos lacitos de algodón en su extremo que me vinieron bien para atármelos alrededor del cuello.
Ese cielo, mamá… ese cielo tan lejano. Yo quise volar; emular a mis ídolos de los tebeos y de las películas, rescatar a chicas en apuros y detener a los villanos que amenazaban el mundo.
Pero la capa no me sirvió, mamá. Y el cielo, que tiene muchos azules diferentes, está lejos, cada vez más. Porque ahora está oscureciendo. Mamá ¿Qué es toda esa gente que me rodea? ¿Y no escuchas el sonido de las ambulancias?
Quise volar, como mis amados superhéroes, pero ni la capa ni mis brazos de niño lo consiguieron. Quise volar, mamá, y por eso me arrojé desde nuestro balcón del sexto piso…
¡Esos cielos tan azules, tan azules…!
Francisco J. Segovia©Todos los derechos
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