EL NÁUFRAGO
Yo
era un náufrago que habitaba su isla. Solo y desencantado de la vida, mi mirada
se perdía en el horizonte, más allá del mar de soledad que me rodeaba. Nada me
parecía suficiente, nada me bastaba. Hasta que apareció un buen día, con su
vela dorada y sus ánimos encendidos. Llegó hasta mí y me dijo con voz dulce y
cercana:
—Asómate a mi mar.
Me sumergí en sus ojos azules y su
espíritu libre. Me insufló sus ánimos y sus ganas de vivir, y me sacó de mi
compulsiva depresión.
—No te vayas.
Le supliqué ese último día de
despedida.
Sonrió con alegría infinita, como si
el pesar y el dolor no le afectasen. Sonrió una última vez antes de cerrar
definitivamente los ojos.
En su enfermedad terminal me
arrastró a la libertad. Con una sencilla frase que me liberó y demostró, a la
vez, que nada en la vida es más importante que vivirla con pasión.
A su mar me asomé, y en él
permanezco, con su recuerdo vivo.
Francisco J. Segovia © Todos los derechos
No hay comentarios:
Publicar un comentario