ELEGIDOS DE DIOS
Fosas comunas
donde son arrojados los cadáveres anónimos. Viviendas miserables que se
derriban hasta los cimientos. ¡Destruid Jericó hasta la última piedra!
¡Exterminad hasta el último de sus habitantes, sin respetar mujeres, niños y
ancianos! Las trompetas del Apocalipsis resuenan en la tierra prometida y
Jehová, en su justicia infinita, protector de pueblos elegidos, hace exterminar
al pobre, al infiel, al extraño.
La
bandera blanca y azul ondea al viento sobre un campo cubierto de sangre. En su
centro, la estrella de David se ha
transformado, por un capricho extraño del destino, en una siniestra cruz que
parece caminar; en una esvástica de doloroso recuerdo. ¡Hay quien aprende del
pasado y mejora su futuro, y hay quien aplica le ley del Talión sin aprender de
crímenes innombrables!
¡El
ángel exterminador abrasará, con su espada envenenada, las casas marcadas por
los soldados de Jehová! ¡Morirá el primogénito de cada familia! ¡Morirán las
mujeres que miren atrás para contemplar el crimen, cubiertas de la sal
transformada, por gracia de los nuevos tiempos, en caliente arena del desierto!
¡Morirán ciudades enteras, castigadas por la cólera divina!
¿Qué
se escucha? ¿Es el sonido del viento sobre el páramo silencioso? ¿Es la arena
milenaria aplastada por las orugas de los metálicos monstruos que vomitan
fuego? Los jinetes del Apocalipsis han plantado sus reales en esta tierra, y
Jehová, o Luzbel disfrazado con máscaras de correcta educación, sonríe, ufano
en su victoria.
Sobre
el horizonte en llamas, bajo los escombros de lo que antaño fue un pequeño
poblado lleno de vida, se oyen los sollozos de un niño...
Francisco J. Segovia ©Todos los derechos