CHELO
A Chelo la conocí la primera vez que
salí al balcón para aplaudir al personal sanitario. La pandemia nos había
confinado pero, a pesar de todo, nos quedaba el respiro de aquella solidaridad
compartida.
Mujer
mayor curtida por una dura posguerra, sola y abandonada de sus hijos, aplaudía
con un fervor envidiable. Con su pelo canoso recogido en un moño, y vestida con
una bata de color crema con flores rojas, era una alegría verla sonreír a pesar
de sus carencias.
Desde
los balcones enfrentados de la estrecha calle, nos saludábamos cada tarde, y
nos preguntábamos qué tal estábamos. Bien, me respondía siempre, sin perder esa
sonrisa que agrandaba la belleza de sus arrugas.
La
pandemia ha enfermado a mucha gente, tanto física como mentalmente, pero a mí
me ha traído una vacuna contra la desesperación: Chelo, a la que pienso adoptar
como otra abuela a la que amar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario