PENURIAS E ILUSIONES
Había
mucha hambre. Nos levantábamos con hambre, y con ella nos acostábamos. Así que
el día de mi primer bocadillo de mortadela me sentí el chico más feliz del
mundo.
Tenía que mostrárselo a los amigos.
En el solar cercano, donde nos reuníamos para jugar, me lo encontré. Estaba
solo. Era huérfano. Lo conocía de antes. No tenía amigos, y su hambre era mayor
que la del resto.
Compartimos el hambre, por supuesto,
pero esa tarde fue menos hambre, porque dividí mi bocadillo en dos partes
iguales y le ofrecí una a él, compartidor de penurias y de ilusiones.
2 comentarios:
Y es que compartir es ganar, aunque en estos tiempos nos invada un afán por tener y tener.
Un saludo indio
Mitakuye oyasin
Gracias, indio. Un abrazo
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