LECCIÓN OLÍMPICA
¿Y esto qué es,
maestro? El Olimpo, querido Octavio. Pero, maestro, está en ruinas, abandonado,
silencioso ¿dónde están los dioses? ¡Ah, Octavio! ¿preguntas por los dioses?,
ya no los encontrarás aquí, es cierto; ni a la bella Venus, ni al veloz
Mercurio, o al belicoso Marte, el del casco dorado; a Plutón y su fragua,
celoso y cornudo al mismo tiempo; ni hallarás a Hera recriminando a su
libidinoso esposo Júpiter, o al semidiós Hércules gozando del néctar de ambrosia
que le escancian ninfas, sílfides o nereidas. ¿Dónde están, maestro? , los
busco y no los encuentro y mi corazón palpita intranquilo porque no hallo a
quien dirigir mis plegarias.
Todos ellos, Octavio,
bajaron a la tierra. ¿Junto a los hombres? Sí, junto a los hombres: se
mezclaron con ellos y con ellos se hicieron uno. ¿Por qué lo hicieron? ¡Ah, mi
estimado discípulo!, esa pregunta tiene una respuesta fácil y compleja a la
vez: incapaces de hacer dioses a los hombres renunciaron y se despojaron de sus
atributos divinos.
Entonces, maestro
¿los hombres podrían ocupar el lugar de los dioses? Eso, estimado Octavio, está
en manos de los hombres.
Y Octavio, el césar
Octavio Augusto, emperador de Roma, se proclamó Dios del Imperio.
Desgraciadamente, confundió renuncia con arrogancia, y el Olimpo sigue aún
vacío y silencioso.
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