A LA VENTA MI ÚLTIMO POEMARIO, ESOS DÍAS AZULES

domingo, 20 de junio de 2010

Microrrelato: Nivel 95


NIVEL 95

Todas las ciudades del contaminado planeta estaban formadas por rascacielos que se conectaban entre sí por largas pasarelas que cruzaban el vacío. Cada una de ellas enlazaba los pisos del mismo nivel y tenía ascensores. Los pisos de diferentes alturas carecían de escaleras o rampas que llevasen de unos a otros. Sólo se podía acceder a un nivel distinto con una promoción o una degradación. La familia Martin era parte de la clase 95, y por eso vivían en el piso 95 de un rascacielos de 231 plantas y un ático. Los niños iban a la escuela del bloque 27, un edificio más adelante, y el marido trabajaba en la fábrica 33 del bloque 91. Tenían dos asfilocosos, un detaramán y solo 114 productos racionados. A pesar de todo, Pedro aspiraba al ascenso. Había oído que en el 96 poseían tres asfilocosos y un magnífico viotoge que daba frutas cada tres meses. Habló de ello con su mujer y sus dos hijos y acordaron esforzarse por producir más para conseguir de Ático Supremo –la autoridad que gobernaba cada uno de los rascacielos- la subida de nivel; Pedro delató a un grupo de trabajadores de su fábrica que planeaban una fuga del edificio en el que habitaban; su esposa redujo la dieta de la familia en un 12%, para ahorrar costes a la Comunidad; los hijos vencieron en los exámenes de Sociobediencia. Por fin, una mañana en la que el sol brilló a través de los cielos plomizos cargados de ceniza y ácido, llegó un aviso por teleotomatón: se les concedía el acceso al nivel 96. Toda la familia se sintió exultante. ¡Lo habían conseguido!

Un año después el señor Martín, que vivía en el nivel 96, trabajaba en la fábrica 28, cuyos hijos estudiaban en la escuela 234, que poseía tres asfilocosos, un detaramán, y un magnífico viotoge escuchó que en el piso 97 disfrutaban también de una tilaniaplosovina. ¡Una auténtica maravilla! Pedro lo comentó a los suyos, y de inmediato se pusieron a trabajar arduamente para conseguir ascender al 97. Por supuesto, nadie se preguntaba nunca quién vivía o qué tenían en el Ático Supremo. ¡Bastante costaba subir de nivel -y mantenerlo- como para preocuparse de algo tan lejano e inalcanzable!
Francisco J. Segovia©Todos los derechos

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