Tras una hora muerto
el negro color maquilla mi rostro,
y el azul tornasolado me hace picto
aunque mis ojos, vidriosos bajo los párpados,
no puedan verlo.
Una mosca zumba junto a mis oídos
cavernosos,
un eco de lejanías recorre los antros
del pensamiento vacío.
Soy talla de mármol, por duro,
y soy piedra de invierno, por frío.
Piedra y mármol que no oye la caída de lágrimas,
el llanto contenido, o el lamento inútil
de algún que otro ser querido o querible.
En la segunda hora el telón cae definitivamente,
y el panteón se despereza y abre sus fauces,
el otoño ofrenda sus frutos en círculo,
y una cama de madera, ruin como un final
imprevisto, cruje bajo mi peso.
Francisco J. Segovia©Todos los derechos
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