(Óleo de Juan Antonio Galindo)
Lo vi un día de sol intenso y nubes ausentes. Cargaba una gran piedra sobre su cabecita, y sus piernas se torcían debido al esfuerzo y el cansancio. La cantera resplandecía bajo la luz de una primavera naciente pero el niño, oscuro como la noche, negro como el azabache, parecía una sombra inquieta.
Pasaron unos minutos. Se acercó y llegó hasta donde yo estaba sentado. Pasó a mi lado, y me lanzó una mirada perdida en la distancia, como si no me viese. Luego, se alejó conforme vino, con su carga de derrotas y condenas. En sus ojos vi reflejado mi rostro: contemplé en ellos la dulce complacencia de la muerte. Supe que no tendría que esperar mucho para tomar mi guadaña y hacer mi ingrata labor.
Francisco J. Segovia©Todos los derechos
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