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martes, 6 de noviembre de 2018

Relato: La Catedral Negra


LA CATEDRAL NEGRA

            Todas las iglesias y catedrales se construyeron sobre la tierra, y se alzaron hacia el cielo, el reino de Dios. Los maestros canteros tallaron las piedras, y esculpieron en ellas sus firmas, o símbolos metafísicos. El resto de la humanidad contempló maravillada cómo se erigían aquellos edificios, y las multitudes llenaron su interior para rezar y suplicar por sus pecados.

            Pero en un lugar desconocido de casi todos, escondida a la mirada de la mayoría, una secta antigua como la misma existencia de la civilización, edificó una catedral inmensa, muy diferente a las demás: se construyó excavando en las profundidades de las tierras, de forma que su torre campanario se encuentra en la sima más profunda de la construcción, y su entrada está oculta bajo la inocente fachada de una pequeña gruta. 

            En esa catedral, que sus acólitos llaman “la catedral negra”, celebran misas sangrientas y rezan cantos de ominosas melodías a su único dios, al que ellos consideran superior al que ama y teme a la vez el resto de los hombres: Lucifer, el ángel caído.

            Cada solsticio de invierno, coincidiendo con la llegada del invierno en el hemisferio occidental, celebran una magna misa, en la que invocan sin descanso el retorno de su señor y la instauración de un nuevo orden. Así ha sido desde el principio de los tiempos, aunque nunca han sido respondidas sus plegarias.

            Hoy, sin embargo, tras la misa del solsticio, el Caído se ha aparecido a las varias docenas de fieles que lo adoran. Una llamarada ha brotado del interior del altar invertido, y su mera presencia ha llenado de fuego las estancias y de olor a azufre las fosas nasales de sus seguidores. Con voz de trueno y mirada de fuego ha declarado a los allí presentes: ¡Hoy, amados míos, empieza mi reinado!
            Lo que como seguidor suyo declaro y afirmo horas después del acontecimiento, a veintiuno de diciembre de dos mil doce: el fin del mundo según el calendario maya, pero el principio del nuestro, por la gracia de Lucifer, el Todopoderoso.

Francisco J. Segovia©Todos los derechos

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