EL NIÑO
Está
sólo en su habitación. Se sienta ante el ordenador, lo enciende. Conectado a
internet, hace clic en el ratón, y viaja a través del ciber espacio. Una página
infantil le guiña mil ojos, y los personajes le sonríen, y cantan, y bailan sin
cesar. El niño disfruta unos minutos con ellos, y luego cambia de lugar con
otro clic. Las niñas son ahora más altas, y el crio es ahora un adolescente
cargado de hormonas. El chat lo llama como canto de sirenas, y en los foros
intercambia besos virtuales y citas que jamás se producirán. Varios clics más
se suceden y en la silla, delante del ordenador, el que se sienta ahora es un
hombre adulto. Las noticias del día se entremezclan con la información que
necesita para el trabajo que ha de entregar mañana en la oficina. Se relaja en
las páginas deportivas, y en algunas otras inconfesables. Más clics, sin tregua
ni descanso, y es otra vez el niño el que retorna, cansado, a su asiento. El
viaje en el tiempo y en el espacio ha acabado por hoy, por el momento, en el
instante.
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