EL SONIDO DEL SILENCIO
Ni un sonido. Solo el viento que ruge
sobre el páramo desolado. Ni un animal que rompa el amanecer con un deambular
de cazador o un paso temeroso de presa. Ni un bramido ni un rugir de bestias
hambrientas. Solo el silencio de la brisa entre las rocas.
Camino
por un mundo desierto de vida. Un planeta extraño donde nada se mueve sobre la
tierra o bajo las aguas de los océanos. Ninguna sombra atraviesa los cielos con
un planear acechante salvo ese satélite que muestra siempre la misma erosionada
cara. Las nubes se arremolinan sobre mí y se inclinan con cortesía ante las
montañas que me circundan. En la planicie, igual que en el resto de este mundo
enigmático, nada se mueve, nada está vivo. La tierra apelmazada es tan árida
que nada puede crecer en ella.
El
aire tiene sabor agrio, como de cosas muertas. El agua, veneno para cualquier
ser vivo. Hay un extraño sentimiento de pérdida irremediable, de tragedia que
bien pudo evitarse.
¿Qué
fue de los que erigieron esas altas torres que se ven en la distancia? ¿Quiénes
construyeron enormes ciudades ahora deshabitadas y cubiertas de polvo y olvido?
¿Dónde están?
Vuelvo
a mi nave. Regreso por el mismo desierto sin vida que he recorrido. Y las
preguntas se repiten una y otra vez. No hay respuesta. Tan solo la podrían
revelar esos millones de huesos esparcidos por doquier y que blanquean bajo el
fuego de un sol inclemente y un cielo enfermizo.
Ni
un sonido. Solo el de la muerte. Solo la muerte se exhibe en este mundo, el
tercero contando desde su amarillenta estrella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario