EL PLAGIO
Él
terminó de hacer anotaciones en su libreta de trabajo. La dejó a un lado, sobre
la mesa, y se puso a comer un ligero tentempié mientras veía la televisión
acompañado de su esposa.
Emitían
un programa cultural en la televisión local. Él comía casi con desgana mientras
ella le contaba las últimas travesuras del niño que dormía en la cuna. De
pronto, él palideció. Su esposa observó su rostro blanco como el papel y sus
ojos vidriosos. La mirada de él estaba fija en la pantalla de televisión, en la
que estaban emitiendo un pequeño clip con imágenes y un texto en off. Durante
el breve intervalo que duró la emisión el hombre apenas respiró. Sólo cuando
terminó el programa ella se atrevió a sacarle de su abstracción.
—¿Qué
te ha sucedido, querido? —preguntó asustada.
—Me
han plagiado. Ese texto que acaban de leer es mío.
—¿Cómo
lo sabes? —le contestó ella, sin acabar de convencerse de la aseveración de su
esposo.
El
hombre se agitó convulsivamente, sin poder evitar delatar su nerviosismo cuando
sus manos temblaron visiblemente mientras cogía la libreta de papel que había
dejado sobre la mesa.
—Lo
acabo de escribir hace un momento… aquí —respondió, con voz entrecortada y
mirada perdida, al tiempo que señalaba con un dedo el texto recién escrito a
bolígrafo sobre el pedazo de papel y que coincidía, punto por punto, coma por
coma, con lo que acababan de escuchar en la televisión.
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