LA PLANTA ROJA
Los
laboratorios McPherson&Murphy, de Glasgow, Escocia, habían experimentado en
secreto durante años con un peculiar espécimen de una planta hallada en la
selva tropical. Los fondos destinados a la investigación eran cuantiosos, y el
anónimo mecenas había pedido que no cejaran en su empeño hasta descifrar todo
el ADN de la planta, a fin de obtener una determinada mutación.
Los doctores
Stevenson y Orellana consiguieron hacer mutar al espécimen vegetal. El color
rojo intenso de sus hojas y tallos demostraba que, al menos, habían conseguido
crear un ejemplar único. Solo
faltaba que cumpliera las otras “características” que se habían solicitado en
secreto. Hicieron la prueba… y alcanzaron un rotundo éxito. Rápidamente se
pusieron en contacto con los intermediarios de sus inversionistas y les
comunicaron la noticia. Días después varias avionetas sobrevolaron las selvas
del Amazonas, en las proximidades de las grandes industrias de producción de la
soja. Pasaban a baja altura sobre la jungla, y arrojaban pequeñas nubes
compuestas de miríadas de partículas. Unas semanas después la jungla aparecía
salpicada de manchas rojas: las semillas habían germinado y las nuevas plantas
comenzaban a crecer en el rico suelo sudamericano. Pronto se descubrió para qué
fin querían la mutada planta sus insaciables adalides: la frondosa selva del
Amazonas era devorada por la nueva planta, cuyo ciclo de reproducción era muy
breve pero destructivo; primero consumía toda la floresta de su alrededor,
luego esparcía sus semillas al viento en varias millas a la redonda y después
moría y se transformaba en polvo, formando una extensa y desolada superficie…
apta para el cultivo de soja, al que no afectaba la plaga.
Era
un ahorro inmenso en tiempo y mano de obra, se dijeron los depredadores
capitalistas, mientras se frotaban las manos y pensaban en los beneficios
obtenidos. Las semillas, en cambio, ajenas a los intereses de los hombres, se
dejaron arrastrar por los vientos y las corrientes aéreas, y empezaron a caer
sobre todo el planeta…
Francisco J. Segovia©Todos los derechos
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