La
humanidad estaba tranquila. Demasiado tranquila. Un buen día, sin embargo, las
grandes multinacionales que gobernaban la tierra anunciaron la detección de un
peligroso virus que amenazaba al ser humano. Científicos y médicos aparecieron
en páginas y más páginas de los medios impresos y horas y más horas de los
audiovisuales. El virus era mortal de necesidad. De hecho, ya había fallecidos.
El pánico se extendió por todo el mundo sin distinción de credos o costumbres,
raza o ideología. Se hacía urgente una intensa investigación para dar con una
vacuna eficaz. El temor a una hecatombe humana estaba a la orden del día y en
boca de ciudadanos preocupados, que manifestaban sus temores en el Metro, el
trabajo o dentro de sus ámbitos familiares. Las grandes empresas realizaron
campañas de información, pidiendo calma y confianza en la labor de los
expertos. Por fin, otro buen día, se anunció que la vacuna que detendría el
virus estaba lista. Aquellos que sufrían el mal, así como los que eran víctimas
potenciales –todos, realmente- debían vacunarse de inmediato. Las colas ante
los centros médicos y otros locales adaptados para tal fin fueron larguísimas
durante varias semanas. Luego la vorágine disminuyó hasta desaparecer por
completo. La humanidad entera estaba vacunada y a salvo del virus. Las
multinacionales comunicaron tan grata noticia y todo volvió a la normalidad. La
gente volvía a estar tranquila. Demasiado tranquila.
El grupo de
hombres y mujeres que habían creado el virus, y su posterior vacuna, sonrió
satisfecho. Habían inyectado a toda la población una sustancia que la convertía
en poco más que un rebaño de obedientes ovejas que trabajarían para ellos y
seguirían todos sus dictados sin rechistar. La vacuna no había hecho otra cosa
que eliminar el deseo de resistencia y cambio, innatos en los seres humanos. Había sido un buen plan, se dijeron
complacidos mientras brindaban con sus copas rebosantes de burbujeante champán.
Correrían buenos tiempos para las cuentas de resultados.
Francisco J. Segovia©Todos los derechos
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