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martes, 27 de febrero de 2018

Microrrelato: La vacuna



            La humanidad estaba tranquila. Demasiado tranquila. Un buen día, sin embargo, las grandes multinacionales que gobernaban la tierra anunciaron la detección de un peligroso virus que amenazaba al ser humano. Científicos y médicos aparecieron en páginas y más páginas de los medios impresos y horas y más horas de los audiovisuales. El virus era mortal de necesidad. De hecho, ya había fallecidos. El pánico se extendió por todo el mundo sin distinción de credos o costumbres, raza o ideología. Se hacía urgente una intensa investigación para dar con una vacuna eficaz. El temor a una hecatombe humana estaba a la orden del día y en boca de ciudadanos preocupados, que manifestaban sus temores en el Metro, el trabajo o dentro de sus ámbitos familiares. Las grandes empresas realizaron campañas de información, pidiendo calma y confianza en la labor de los expertos. Por fin, otro buen día, se anunció que la vacuna que detendría el virus estaba lista. Aquellos que sufrían el mal, así como los que eran víctimas potenciales –todos, realmente- debían vacunarse de inmediato. Las colas ante los centros médicos y otros locales adaptados para tal fin fueron larguísimas durante varias semanas. Luego la vorágine disminuyó hasta desaparecer por completo. La humanidad entera estaba vacunada y a salvo del virus. Las multinacionales comunicaron tan grata noticia y todo volvió a la normalidad. La gente volvía a estar tranquila. Demasiado tranquila. 
      
El grupo de hombres y mujeres que habían creado el virus, y su posterior vacuna, sonrió satisfecho. Habían inyectado a toda la población una sustancia que la convertía en poco más que un rebaño de obedientes ovejas que trabajarían para ellos y seguirían todos sus dictados sin rechistar. La vacuna no había hecho otra cosa que eliminar el deseo de resistencia y cambio, innatos en los seres humanos. Había sido un buen plan, se dijeron complacidos mientras brindaban con sus copas rebosantes de burbujeante champán. Correrían buenos tiempos para las cuentas de resultados.

Francisco J. Segovia©Todos los derechos 

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