LA
BICICLETA
Desde Castle Rock al pueblo vecino había una hora
caminando que el joven Dempsey tenía que recorrer seis días a la semana durante
todo el año para trabajar en la gasolinera de Little Fall. Lo hacía como un ejercicio físico para
mantenerse en forma.
Un día encontró en el camino una bicicleta abandonada. No
era nueva, pero estaba en perfectas condiciones. Se encogió de hombros, se
subió a ella e hizo el resto del trayecto pedaleando. Estuvo un tiempo
anunciando que había encontrado una bicicleta, pero el dueño no apareció, por
lo que Dempsey dedujo que en realidad quien fuera se había deshecho de ella y,
por tanto, ahora era suya por entero. Empezó a ir y venir a la gasolinera
subido en su nueva adquisición. Al principio, solo la utilizaba para ese viaje,
pero más tarde realizaba numerosos paseos con ella. Cuanto más la usaba, más la
necesitaba, hasta que llegó a tener el imperioso deseo de tenerla junto a él,
incluso dentro de su propio domicilio, en el cuarto de estar.
Se obsesionó con el artefacto de dos ruedas. Y al tiempo
que recorría con la bicicleta más y más millas, de forma compulsiva y sin
mostrar síntomas de cansancio, su cuerpo iba enflaqueciendo y su carácter,
agriándose.
Se hizo con un aparato para fijar la bicicleta y poder
pedalear sobre ella en el salón de su casa. Dejó de ir a trabajar, y no salía
fuera para casi nada. Los vecinos no escuchaban otra cosa durante todo el día
que el pedalear de Dempsey, y el chirriar de las ruedas de su velocípedo.
Dempsey murió sobre la bicicleta, de puro agotamiento.
Los que hallaron su cadáver aseguraron que sonreía de una forma estúpida, como
si hubiera estado drogado en el momento de su fallecimiento. Los médicos, sin
embargo, certificaron que su cuerpo estaba totalmente limpio. Tanto que,
incluso, el joven no tenía ni una sola gota de sangre en sus venas.
Al día siguiente de su muerte alguien robó la bicicleta.
Francisco J. Segovia@Todos los derechos
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