A LA VENTA MI ÚLTIMO POEMARIO, ESOS DÍAS AZULES

viernes, 28 de septiembre de 2018

Relato:Licantropía terminal


            El viejo lobo aúlla en la fría noche. Junto a él, varios lobeznos juegan entre sí, completamente despreocupados de todo salvo de su divertimento. Sus dientes, limpios y afilados, no muerden las peludas espaldas de sus compañeros: simplemente las aprietan en gestos cariñosos. Más abajo de la roca donde se halla el grupo, la manada descansa en silencio, guardando fuerzas para la próxima caza. El hambre no entiende de juegos.    
 
El viejo lobo desciende cansinamente la empinada ladera, y vuelve junto a los suyos. En sus ojos hay una despedida: es su última noche. Lo sintió hace varias semanas. No le quedan sino unas horas de vida, y su momento ha pasado. Uno a uno, todos los lobos de la manada se despiden de él; pasan a su lado y lo rozan con sus lomos dorados, negros, ocres… Una joven hembra lame su hocico. El viejo lobo siente un escalofrío nada lobuno, y en sus ojos parece que flote el fantasma de una lágrima.

No es una noche cualquiera para el viejo lobo. La luna llena está en su ocaso, y la manada ha desaparecido en la floresta. Queda el cansado animal sentado en mitad del calvero, y recuerda el pasado con nostalgia. Al principio sintió su alma encadenada a una maldición pero, conforme pasaban los años, su condena se transformó en una bendición. Los achaques del cuerpo eran menores con su nuevo estado. Pero cada nuevo regreso a su origen era más doloroso, y anhelaba la noche de luna llena para retornar al bosque, con sus parientes caninos.

            La noche acaba. El viejo lobo se transforma en el anciano que jadea agotado por el último cambio. Apenas tiene fuerzas para arrastrarse hasta un árbol cercano y apoyar su espalda contra él. Desnudo en mitad de ninguna parte, abandonado de los hombres y de los lobos, el hombre-lobo, el último hombre-lobo de la historia de la humanidad, llora hasta que sus ojos se cierran y exhala su postrer aliento.

            Porque hay maldiciones que no son tales cuando el tiempo pone cada cosa en su lugar.

Francisco J. Segovia©Todos los derechos

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