CAMISAS PARDAS, CORAZONES NEGROS
Llegaron desde la
oscuridad, con sus camisas pardas ocultas tras la chaqueta y la corbata.
Vinieron de nuevo de entre las tinieblas, trayendo en sus alforjas los mismos
odios, la ira contenida, los pájaros de la muerte.
Millones
de voces muertas lloraron en el silencio del olvido. “No existimos jamás”,
murmuraron con sus bocas cerradas, embutidos en sus trajes rayados de blanco y
azul. Envueltos por el mismo gas que acabó con ellos, consumidos por las mismas
llamas de los hornos que los convirtieron en polvo, los muertos olvidados
lloran con ojos ciegos.
Sobre
una fosa común alguien ha puesto una rosa. El nieto de aquel hombre asesinado
por ser hombre, abuelo ahora a su vez, sabe que “el trabajo no hace libre a
nadie”, y que los látigos y las pistolas nunca harán mejor a la humanidad. Pero
las camisas pardas no entienden de inteligencias, abominan de la palabra
“cultura” y enarbolan banderas negras.
¿Dónde
estás, abuelo? Las alambradas de púas no responden, y vibran un breve instante
al compás del viento. ¿Qué pecado cometiste? Los barracones, con sus puertas
abiertas que muestran camastros vacíos, no responden. ¿Por qué lo hicieron? Las
chimeneas de los hornos crematorios, ahora apagadas, parecen querer decir, con
sus dedos de cemento señalando al cielo, que quizá allí arriba tampoco lo
sepan.
El
viento arrastra la rosa y la introduce, paradojas del destino, en la boca
abierta de uno de los abandonados hornos.
Francisco J. Segovia ©Todos los derechos
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