ORGASMO INFINITO
Lo
vio morir ante ella. El hombre se retorció por el suelo entre espasmos de
dolor. Después de unos segundos infinitos sus movimientos cesaron. La mujer iba
a acercarse pero algo en el cuerpo del hombre desnudo e inerte la hizo
detenerse. El cadáver se contrajo, los músculos de todo el cuerpo perdieron su
consistencia, como si se hubiesen convertido en pura gelatina y, de golpe, el
pene flácido del muerto comenzó a arrojar esperma.
Lejos
de cesar a los seis o siete segundos, y para asombro de la mujer, el apéndice
sexual siguió esparciendo secreción de las glándulas genitales del varón caído,
y cubrió su abdomen primero, y después su pecho. Luego, y en una suerte de
continuidad nunca vista, el líquido blancuzco se esparció, arrastrándose de
forma casi consciente, por las piernas y la cabeza del cadáver. Ante una mezcla
de estupefacción, horror y asco crecientes, la mujer fue testigo de la
“momificación” del fallecido con su propio semen.
Unos
minutos después, seca la superficie gelatinosa con el contacto del aire, ésta
empezó a resquebrajarse. La mujer reprimió un grito. Un brazo desnudo sacudió
el aire, ya libre de su mortaja. Poco después todo el cuerpo del hombre estaba
fuera, desnudo y libre. Giró la cabeza entonces y miró la figura femenina que
lo contemplaba absorta. Sonrió y le tendió una mano abierta. Ella vio en su
mirada la diferencia de la metamorfosis, y en su bajo vientre una falla que no
le pareció tan importante. Se acercó a Él y le tomó la mano: la sintió
caliente, viva, sincera y distinta. Con una diferencia sutil, desconocida, pero
tranquilizadora.
Se
alejaron de allí caminando despacio, y dejaron atrás la carcasa vacía de un
orgasmo infinito, y un pequeño y despreciable objeto alargado que aún escupía -vómito
de agonía final- un poco de semen aguado.
Francisco J. Segovia ©Todos los derechos
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