EL PAISAJE DORMIDO
A través de las imágenes que me proyecta la pantalla
vuelvo al lugar de siempre, viejo conocido. Un clic tras otro, las fotografías
de la montaña van cambiando, vistas desde diferentes ángulos, en distintas
épocas del año, con colores brillantes o en ocres apagados. La antigua y serena
montaña sigue ahí: aquella amiga a la que conocía hace muchos años, cuando yo
era joven y ella, señora de milenios. ¡Ya no podré escalarte de nuevo, amada,
pero quedan los clics de la mano diestra sobre el ratón bullicioso! Una vez
tuve tu alma, ahora sólo una imagen, breve, fugaz. ¡Ay, pero sin este clic,
apenas tendría un recuerdo, casi nada!
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