ARTISTA
Mis manos agitan sus dedos, se desentumecen, se arrastran
por la mesa y llegan hasta el ordenador. Lo encienden. Mis manos, ansiosas por
trabajar, comienzan a teclear con velocidad insuperable, y la historia se
desmadeja poco a poco en el papel luminoso de la pantalla.
Son Ellas, y no yo, quienes poseen el intelecto. Yo, el
resto del cuerpo, en suma, no soy más que una pesada carga que les sirve para
mantenerlas con vida. Quisiera cortármelas, para no depender más de ellas y
librarme de su esclavitud… pero pienso que, quizá, entonces me convierta en un
mero vegetal.
Ellas lo saben y por eso han escrito esta historia.
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