Los recuerdos de mi infancia, con un
abuelo que me contaba historias de futuros de progreso abortados por una guerra
y una dictadura, se agolpan en mi mente. Se funden con los de la adolescencia,
y con las imágenes de la agonía del dictador.
Intento recuperar la respiración
mientras rememoro mi pasado. Mi madurez vino acompañada de una democracia que
fue un simple engaño. Mientras, Ella
permanecía allí, en una esquina de mi cuarto, arrebujada en una fina tela
blanca; protegida del polvo del tiempo y esperando su ocasión.
La madurez pasó, y quedó esta ancianidad
que me hace mover a ritmo tan lento que el tiempo parece estancarse alrededor.
Pero a pesar de los años, y de los huesos castigados, he llegado. Abro las puertas del balcón y salgo fuera: contemplo la plaza repleta de gente.
Entonces, y solo entonces, desenvuelvo
la bandera tricolor y, con el corazón acelerado y la sangre renacida, la izo al
mástil de la balconada del Ayuntamiento.
Y con lágrimas silenciosas que me
acompañan, grito: ¡Viva la III República Española!
Francisco J. Segovia©Todos los derechos
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