—¡Cuánto tiempo!
—Quizá treinta
años.
—Desde que nos
despedimos, y llenamos nuestros corazones con otras miradas.
—Tú, Luís, te
fuiste con aquella chica rubia que se cruzó en nuestro camino en un tiempo de
dudas.
—Tú, en
cambio, te marchaste a trabajar a esa ciudad perdida en el sur.
—Nuestra
historia está marcada por la separación…
—Y por el
adiós definitivo. Hoy también está lloviendo, Marta.
—Sí, Luis,
como aquel día en que nos dimos el postrer beso.
—¡Cuánto
tiempo, querida!
— Mucho
tiempo, Luis, y qué cercano parece el recuerdo.
Las
ilusiones pueden brotar aunque sea otoño, y los cabellos se deberían acariciar
a pesar de que han perdido su color. La lluvia cae sobre los paraguas abiertos,
sobre los corazones vivos, sobre la mesa donde dos manos se aproximan y unen, treinta
años después, en el reencuentro tanto tiempo aplazado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario