HUBO UNA VEZ
Hubo una vez un país
En el que se podía optar entre
callar
O gritar y ser degollado.
No hace tanto, ni está tan
lejos,
En el tiempo y en el espacio,
Que aún resuenan sus amargas
canciones,
Y los vivas a la patria,
Y los rezos de lunes a domingo
En todas las iglesias,
En todos los colegios,
En todos los cuarteles.
Hubo una vez un país
Donde los poetas eran enterrados
Bajo los olivos y los
cañaverales,
Donde las cárceles retenían las
almas
Y devolvían cartas sin remite.
El tiempo no lo cura todo,
Siquiera cubre con una ligera
página
Las miserias y las injusticias,
Porque los muertos anónimos aún
duermen
En las cunetas,
Y hay cipreses en los
cementerios
Que saben de viudas
desconsoladas
Sin poder llorar a sus maridos.
No fue muy lejos,
Ni en el tiempo ni en el
espacio,
Y parecía tan ajeno
Que era otro país,
Otro mundo,
Otra cosa,
Como si todo hubiese sido una
pesadilla,
O un mal sueño,
O, quizá, nada.
Hubo una vez un país
Donde el dictador murió en la
cama,
Y nombró herederos,
Y fue aplaudido por los
poderosos.
Las coronas tienen eso,
Espinas doradas que se clavan en
el alma
De los ciudadanos,
Y los transforman en súbditos,
En rehenes de las palabras
bonitas
Enmarcadas en discursos
protocolarios,
En míseros vasallos,
Sumisos, callados, vacíos de
esperanza.
Así, pasa el tiempo,
Entre suspiros, entregas y
añoranzas,
Y nadie quiere recordar,
Ni remover la tierra de los
muertos,
Ni leer las sentencias pasadas,
Ni condenar los verdugos
patrios.
No fue lejos,
Ni en un pasado remoto,
Y por eso está tan vivo
Que algunos quieren traerlo bajo
palio,
Con sus morales implacables,
Sus estandartes bicéfalos,
Sus discursos hueros,
Sus privilegios reales.
Están ahí, sobre la tierra que
cubre
Los muertos desconsolados,
Que la metralla asesinó en
amaneceres
De faroles de camiones.
Hubo una vez un país
Que aún se descose por mil
heridas.
Francisco J. Segovia©Todos los derechos
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