El doctor puso el frasco de pastillas en la mano del
paciente.
—Aquí tiene, señor Stewart —dijo en tono neutro —. Tómese
una a primeros de cada mes durante todo el año. Después, ya sabe, debe venir
otra vez por estas oficinas.
Stewart asintió con la cabeza mientras miraba a sus
acompañantes sonriendo estúpidamente. ¡Al fin había conseguido el tratamiento
que le haría inmortal!
Claro que, cuando la Industrial Farmacéutica Olson &
Merryt anunció que habían conseguido fabricar un producto que alargaba la vida
eternamente, apenas tenía recursos para permitírsela, dado que solo estaba al
alcance de unos pocos multimillonarios. Pero había tenido éxito en sus negocios
y ahora se podía permitir gastarse unos cientos de millones en la “medicina”.
Cuando salieron al exterior sintió un ligero escalofrío.
En el contrato que había firmado para adquirir las pastillas se especificaba
claramente que solo eran efectivas un año, y que había que seguir
adquiriéndolas año tras año, con el agravante de que si se dejaba el
tratamiento… podía acontecer una muerte dolorosísima.
Era un riesgo a correr. Stewart se consoló al recordar su
inmensa fortuna. No tendría problemas en conseguir las pastillas… y si los
tenía siempre podía subir el precio de sus productos, o especular en el
mercado. No sería la primera vez.
Treinta años después Stewart moría entre horribles
estertores. Su cuerpo se contrajo hasta convertirse en el de una momia en vida.
Y todo sucedió cinco días después de que dejase el tratamiento, porque se
encontraba en la ruina total y no podía pagarlo…
Lo que nunca supo –ni la Industrial Farmacéutica lo iba a
anunciar jamás- era que el coste de las pastillas era irrisorio, y que la
empresa jugaba con la ley de la oferta y la demanda, elevando cuantiosamente su
precio, como el mismo Stewart debía haber adivinado, ya que él había hecho lo
mismo en numerosas ocasiones.
Francisco J. Segovia©Todos los derechos
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