A LA VENTA MI ÚLTIMO POEMARIO, ESOS DÍAS AZULES

miércoles, 18 de marzo de 2020

Historias para superar una crisis, 4



MÁS LEJOS, MÁS ALTO, MÁS FUERTE

            Miro mi cuenta corriente: bajo mínimos. Suspiro y contemplo –con un gesto de desesperación- la preinstalación del aire acondicionado. Tampoco podré comprar el aparato este año. Me toca sufrir, y enciendo el ventilador que sólo mueve el viciado aire de la habitación.
            Las aspas metálicas rascan el aire. Sudo a cataratas. Me recuesto exhausto sobre el sofá. He bebido agua y refrescos de todas las marcas y colores, y sólo he conseguido aumentar el número de visitas al baño. Soy como una depuradora de líquidos, pero a la inversa: entran en mi cuerpo relativamente puros y sale por mi aparato urinario, corrompidos.
            Tumbado de espaldas en el sofá observo el techo. El sueño no llega, a pesar de la somnolencia que me posee. Es como tener hambre y no ser capaz de masticar bocado. Estiro los brazos, y me desperezo sin haber dormido; tan cansado me siento. Veo sobre la mesita de mi izquierda el mando de la televisión. ¿Por qué no? El aburrimiento hace maravillas.
            Enciendo el televisor. Publicidad. Cambio de canal. Publicidad. Vuelvo a cambiar de canal. Culebrones de cualquier país; no importa el acento porque la historia que cuentan, por repetida, me parece un castigo añadido. Cambio de canal. Un hombre vestido de corto me observa con ojos que miran sin ver. La cámara se mueve a la izquierda, y muestra otros hombres, con vestidos similares. Se oye un disparo y salen corriendo. Uno de ellos levanta los brazos y grita mientras mira a los espectadores. Suda del esfuerzo, no como yo, que parece que sufro una enfermedad en vez de este caluroso verano. Al menos el aburrimiento ha pasado de momento.
            El ventilador sigue agitando aire que mueve las hojas gastadas de un libro que nunca terminaré de leer. La chica de la pértiga salta alto, muy alto, y vuela en los cielos limpios de una ciudad lejana en tiempo y espacio. Entre los aplausos y los comentarios del locutor se intercala una brutal pausa publicitaria, que aprovecho para ir hasta la cocina. El frigorífico abre su boca vertical y, con su sonrisa helada, me enseña su vientre: latas de conservas abiertas, cerveza, embutidos, media lechuga, el último cartón de leche… y una botella de agua, fresca, atrayente. La tomo con cierta alegría y bebo directamente de ella. El líquido frío recorre mi garganta, casi me quema.
            Retorno más sosegado a mi asiento preferente. Dos luchadores se enfrentan casi sin mirarse, con sus manos buscando aferres de donde tirar y tumbar al oponente. Los dos terminan sudados, como yo, aunque reciben unos aplausos que, en mi caso, son sustituidos por el sonido de las aspas vibrantes del ventilador.
            Sigue el programa de la televisión, y los atletas compiten; nadan, corren, luchan, ganan y pierden, bajo el sol lejano de oriente y con el runruneo persistente de fondo de un trasunto de aire acondicionado en un verano terrible, un terrible y olímpico verano de calor.

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