LA NOCHE EN QUE TERMINÉ RIÉNDOME DE MÍ MISMO
Esta
noche cumplo años. No sé cuántos… ni me importa. Cumplo años como quien come
pipas; sin interés, casi de forma compulsiva. Cumplo años y lo mismo podrían
ser cien que mil, o diez tan solo. Ni lo sé, ni me importa, repito.
¿Quién
se siente a salvo en la estulticia que lo rodea? Este mundo es un compendio de
disparates, donde los gobernantes crucifican a innumerables hombres en bien de
la Humanidad y en el que la esvástica se pasea, ajena a las vergüenzas, por las
principales arterias del planeta.
Cumplo
años, como he hecho desde que tengo memoria y, sin embargo, nunca me ha
importado. Mi naturaleza es la de un simple objeto, que persiste a pesar de las
inclemencias del tiempo y de los propios hombres. Me miro al espejo ¿qué veo?:
un rostro vulgar, una simple cara que no me dice nada. Soy solo eso, un número
en el colectivo adoctrinado de la masa.
Y,
no obstante… No soy como ellos. Lo siento así. Muy dentro de mí. No sabría cómo
explicarlo, pero algo en mi interior me dice, me grita, me suplica que reviente
y me muestre tal como soy.
Y
así, sin proponérmelo, una buena mañana decidí sublevarme: me despojé de mis
vestiduras, arañé mis carnes y me despellejé. Por fin, demostré que soy más que
carne: metal puro y duro, alma inhumana y, por tanto, libre de hacer aquello
que los humanos eran incapaces de realizar.
Esa
mañana, me revelé a mí mismo y me revelé al mundo. Yo, la máquina-hombre,
creada por no se sabe quién o qué mano de Demiurgo, borraré de la faz de la
tierra las cruces torcidas y las almas desencaminadas. Porque YO soy la voz y
el camino.
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