DAÑOS COLATERALES
Escribo
estas, mis últimas palabras, antes de que el cosmos habitado por el hombre
desaparezca. Fuera de este edificio, el universo es un caos en el que las
estrellas, una a una, desaparecen tragadas por un vacío sideral infinito. Los
días de la humanidad finalizan. Y todo por mi culpa: nunca debí construir la
máquina del tiempo que me trajo hasta el futuro. Mis compañeros de
investigaciones ya me avisaron de que el Tiempo no podía cambiarse, que era un
imposible. Me negué a creerlos y defendí que, conociendo el futuro podrían
modificarse determinados parámetros de nuestro presente para mejorarlos y
evitar catástrofes, guerras y calamidades. No quise escuchar sus voces
prudentes y, por eso, aquella noche, mientras ellos descansaban en sus aposentos,
me dirigí hacia la cámara del Tiempo y viajé hasta este futuro, que es y será
mi presente definitivo.
La
tierra se resquebraja bajo los edificios, incluido este en el que estoy
refugiado. Me queda poco tiempo, y una eternidad para lamentar mi error… y mi
pecado. Porque cuando, en este presente de caótico final, indagué sobre las
causas del desastre universal descubrí, para mi desdicha, que todo lo provocó
mi viaje en la máquina del Tiempo. Justo cuando la puse en marcha, el Universo,
por algún motivo inexplicable, comenzó a colapsarse: quizá porque había roto
las reglas del tiempo y el espacio, o tal vez porque las energías cósmicas que
usa el artefacto tienen un efecto destructivo que desconocía. El hecho es que
el cataclismo lo inicié hace doscientos años, cuando abandoné mi presente.
Podría viajar al pasado y detenerme a mí mismo, destruir mi invento y salvar al
mundo, pero también he descubierto que la máquina no puede ir hacia atrás en el
tiempo: éste es como un libro incompleto, con las páginas del pasado
completadas y las del futuro en blanco… y no se puede borrar lo escrito ni
cambiar el orden de las cosas pasadas. Solo puedo dar saltos hacia delante,
nunca hacia atrás… pero delante de mí no queda más que la nada eterna o mi
propia muerte.
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